1.
La pared de mi cubículo azul llevaba adheridos varios post-it. No
todos eran amarillos, no todos eran del mismo tamaño, pero todos tenían
la misma función: recordarme que yo no terminaba ahí.
Uno sobre otro se encargaban que no olvide que el día comienza a las
cinco y media. Más allá del octavo piso, fuera de las puertas metálicas
y los cristales ahumados de cada edificio, lejos, muy lejos del gris
corporativo y todo ese ruido de bocinas de cada tarde.
Cuánta bulla. Cuánto silencio.