Naturalmente esa cara sobre fondo blanco no se parece a mí. O no se
parece a la mí que se arregla para salir o la mí que no puede ocultar la
sonrisa inmensa y profunda del que se sabe fugitivo. Viajero. La
sonrisa del que deja ciudades para adoptar otras. No. Naturalmente la
foto no se parece a mí; a la mí que te escribe un par de líneas
emocionadas.
En la cabina de fotos de la Agencia me concentré en el cierre
inesperado del obturador y en el chasquido metálico que siempre lo
acompaña. Todo el proceso es sorpresivo. Aquí no hay nadie que recite
tres dos uno ni te incite a gritar whisky. No. No tuve tiempo de
alisarme el pelo o remover la expresión de sospecha que siempre llevo
conmigo. La mirada delictiva, como la llamas. Y hasta parece extraño que
la mujer dos turnos antes, que si tuvo la paciencia de ir a la
peluquería y acentuar sus facciones con maquillaje, no haya podido
seguir con los trámites y a mí, tan poco parecida a mí, sí. Ella,
hermosa y lista para recibir el flash, se quedo rezagada mientras yo,
medio dormida y despeinada pude. Es inevitable no reconocer una
injusticia de algún tipo o tratar de encontrar una metáfora
dios-dar-pan-dientes en esta escena.
Ella se queda sin foto. Bella. Yo me quedo con una poco precisa. Casi fea. Whisky.
Armar maleta, ajustarme el cinturón, caminar avenida arriba por
Pueyrredón. Imagino que me la pasaré tomándole fotos a los edificios
afrancesados de Buenos Aires. No insistiré en salir en ninguna a menos
que ella me lo exija. Sonreiré por supuesto pero las dos sabemos que
este viaje no es un mira yo estuve aquí. Estoy yendo a buscarte y a
encontrarme. Empiezo vida nueva y quiero saber lo mas pronto posible si
sigo existiendo o si en medio de todos estos cambios no me he desecho de
alguna o todas las partes de mí.
Estoy diciendo esa palabra mucho últimamente: mí. No voy a dejar de mencionar que es un síntoma claro de egoísmo.
Whisy.
Lima, julio 2010
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